La creatividad y el índice gay

Publicado por Miuler Vásquez en , , , ,
“Si quieres tener calidad de vida, vete a vivir a un barrio con muchos gays”. Ese fue el mensaje que entendieron numerosos sectores de la sociedad estadounidense cuando Richard Florida formuló su tesis sobre la clase creativa, esa nueva clase que fomentaba las tres T (tecnología, talento y tolerancia), que buscaba lugares para vivir en los que se respetasen modos de vida no convencionales y sobre la que Occidente habría construido su crecimiento económico de los últimos años.

Según Florida, esa clase estaría formada por quienes trabajan en las industrias del conocimiento o de la alta tecnología, en los servicios financieros, en los legales, en los de salud o en el Management o en la cultura. Se trataría de personas que abordan creativamente problemas complejos a los que dan solución gracias a la aplicación innovadora de una serie de conocimientos previos; gente con un punto bohemio, generalmente de clase media alta, que no se ata a las tradiciones y que utiliza todas las posibilidades a su alcance para vivir mejor. Y eso se nota especialmente en los lugares que escogen para vivir, como cuenta Florida en su nuevo libro, Las ciudades creativas (Ed. Paidós). Porque, en su concepción, qué decidimos ser y con quién elegimos vivir son elecciones importantes, pero también lo es, si no más, el dónde vamos a residir. Y es que parecería que en tiempos de globalización, cuando el trabajo puede realizarse con un portátil desde cualquier parte, la comunidad concreta en que nos ubicamos carecería de importancia, que lo esencial sería que consiguiéramos el trabajo que nos gusta y que viviéramos con la persona que queremos.

Pero no es así. Más al contrario, señala Florida: una mansión en algunas ciudades estadounidenses cuesta lo mismo que un apartamento de 60 metros y con vistas a una nave industrial en Nueva York, y sin embargo, es éste el que tiene mayor demanda. Y no es extraño, contesta Florida, ya que los estadounidenses no eligen su sitio de residencia valorando sólo el beneficio profesional o el económico. Pocos de ellos quieren marcharse a poblaciones remotas como Anchorage (Alaska) o El Paso (Texas) aun cuando sean ciudades muy activas y les proporcionen un buen empleo. Los estadounidenses en general, pero sobre todo las clases creativas, las verdaderas élites, quienes de verdad promueven el crecimiento, buscan un entorno abierto en el que puedan sentirse cómodos, que cuente con buenas escuelas para sus hijos, que posea una interesante oferta de ocio, y que proporcione grandes dosis de energía..

La cuestión es que entre los indicadores que utilizó Florida para conocer las mejores ciudades estadounidense para vivir (las más tolerantes, las que poseían más clase creativa y, por tanto, las que tendrían mayor desarrollo económico) estaba el así llamado 'Índice Gay': según sus estudios, las regiones en las que residían un alto porcentaje de homosexuales también eran las que poseían mayor desarrollo tecnológico. Florida fue rápidamente contestado por algunos sectores de la opinión pública estadounidense: ¿acaso estaba sugiriendo que la homosexualidad era la clave del éxito? ¿O estaba afirmando que la mayor parte de los ingenieros eran gays? Florida se defendió diciendo que ese indicador era útil en tanto nos señalaba que estábamos ante regiones tolerantes y abiertas, lo que era importante para atraer a los trabajadores de alta tecnología por dos motivos. En primer lugar, porque muchos de ellos eran inmigrantes y no querían vivir en ciudades cerradas donde se sintieran rechazados; en segundo, porque muchos de los expertos en alta tecnología tenían costumbres diferentes, y en algunos casos habían crecido en comunidades que les habían tratado como friquis. De modo que el grado de tolerancia de estas ciudades eran muy valorados por los trabajadores del conocimiento a la hora de fijar su residencia y, en ese sentido, el 'Índice gay' o el 'Índice bohemio' eran muy útiles a la hora de predecir si una determinada zona tenía opciones reales de desarrollo económico.

La guerra cultural

Este asunto, no obstante, tenía mucho que ver con la tensión, habitual entre la nueva y la vieja burguesía, entre la nueva y la vieja clase media. O lo que es lo mismo, entre la tradición y la innovación. Desde esa perspectiva, cada uno de los contendientes mira al otro con recelo: la clase creativa observa a la clase media, especialmente a la empobrecida, como si no fueran más que un montón de patanes que tratan de conservar viejos privilegios; y a la inversa, la clase creativa es definida desde su esnobismo, como si no fuera más que un montón de pijos con dinero nuevo. Tal enfrentamiento que, advierte Florida, “no es exclusivo de Estados Unidos”, tuvo su auge “con el gobierno de George Bush, con la guerra cultural, con la polarización política entre los estados rojos (conservadores) y los azules (liberales)”. Sin embargo, estamos ya en otro tiempo: “Obama es el primer presidente de la clase creativa y, sin embargo, también ha recogido el voto negro y el de la clase trabajadora, Incluso gente como John Mellencamp o Bruce Springsteen se decantó en su favor, lo que es señal de que esa polarización tampoco es tan intensa”. Sin embargo, no descarta Florida que “ese fenómeno de culpar al otro por los males presentes, especialmente dirigido a jóvenes, gays, bohemios e inmigrantes se recrudezca con la crisis. Y en todas partes”.

Pero la teoría de Florida va más allá de las tensiones culturales para subrayar un cambio de crucial importancia: más que en Estados, vivimos ya en regiones y ciudades que compiten por atraer capital, recursos y talento, a menudo con otras zonas geográficas del mismo país. Algo que se intensificará en el futuro próximo, en el que veremos regiones con gran crecimiento y otras subdesarrolladas dentro de las mismas fronteras. Florida, que esta semana estuvo en Navarra, en Ágora Talentia, foro mundial sobre el talento, aconseja a quien quiera tener éxito en los próximos años que se vaya a vivir a una megarregión productiva. “Y los más listos vivirán en más de una”, afirma. Situarse en el contexto adecuado, el que proporcione más oportunidades y mejores relaciones, será clave para situarse profesionalmente. Pero, en otro sentido, también las regiones deben esforzarse en ser elegidas por quienes poseen más talento si quieren seguir siendo competitivas, debiendo dotarse de aquellas cualidades que hacen posible que la clase creativa las elija. Y, en ese sentido, no parece España (o más propiamente, sus regiones) especialmente capacitada.

Según Florida, contamos con virtudes que deberíamos aprovechar. En primera instancia, existen en Madrid y Barcelona “excelentes universidades y escuelas de negocios, lo que puede ser importante: muchos jóvenes estudiantes ya no sólo se plantean si estudiar en el Reino Unido o en Estados Unidos, sino que se fijan en otros lugares. En ese sentido, Madrid y Barcelona puede atraer a futuro talento”. En segunda instancia, Florida nos recomienda que publicitemos mejor nuestro país, del que se tenía una imagen de sociedad cerrada que no se corresponde con la realidad actual. Y además del buen tiempo, “que siempre ayuda a la gente a ser feliz”, Florida recomienda que explotemos nuestras diferencias. “Vivimos en un mundo que cada vez es más parecido: si vas a Siberia, te encuentras con jóvenes que hablan inglés, que llevan la misma ropa y los mismos peinados que en las ciudades occidentales; consumen lo mismo, escuchan la misma música, tienen gusto muy similares. Y es que somos cada vez más uniformes, formamos ya parte de una clase global, para bien y para mal. Por eso, lo que la gente exige a las ciudades es algo diferente: quieren historia, autenticidad, energía. Si vienen a Madrid quieren una experiencia madrileña, no sólo hacer lo mismo que en todas partes. Y las ciudades que puedan ofrecer esa mezcla de global y local son las que estarán mejor situadas”.

En resumen, que entre los valores que Florida destaca (el clima, la energía, o la capacidad de atraer futuro talento) no aparece ninguna de las 3 T. Algo en lo que incide Juan Carlos Cubeiro, director de Eurotalent, profesor en el CEU y autor de Clase Creativa (Ed. Planeta). “Tenemos necesariamente que cambiar el modelo de turismo barato y construcción y girar hacia la innovación. Pero también hay que desmitificar ésta, que no es sólo patentes y descubrimientos universitarios. Tomás Pascual, de Leche Pascual, era alguien que carecía de estudios pero que poseía inquietud: vio lo que se estaba haciendo con el tetrapack, los zumos o la soja y sacó provecho de ello. Sus innovaciones consistían en observar y aprender. Y eso es lo que tenemos que hacer, ser mucho más emprendedores, ampliar el abanico de posibilidades, ser gente inquieta y aprovechar las posibilidades de que disponemos”.

La aplicación que Cubeiro da al concepto clase creativa también parte de la importancia del entorno físico como potenciador de las capacidades individuales, pero aplicándolo fundamentalmente al ámbito de la empresa. Además, también amplía el número de profesionales que podrían formar parte de ella: “un abogado, un recepcionista de hotel o un camarero también pueden ser clase creativa, es decir, personas que aportan valor, iniciativa y que se orientan el cliente; se trata de una cuestión de actitud y no del empleo que se desarrolla”.

Y en lo personal ¿qué debemos hacer los españoles para salir de convertirnos en clase creativa? “Pues como decía El Langui (cantante del grupo hip hop La excepción y ganador del Goya al mejor actor revelación) hay que quejarse menos y actuar más. Es decir, deja de pensar que de esta situación te van a sacar otros. Piensa en tus cualidades y en tus posibilidades y haz de ellas un negocio sano, humilde y decente. Si crees que los bancos te lo van a arreglar…”