Día del Orgullo Macho

José Manuel Ventura Rojas 12-11-2008, 17:31

Recuerdo que, ya en mi niñez, me resultaba chocante y absurdo que algunas personas de la generación de mis abuelos manifestasen, en saludos y expresiones de afecto, un ensalzamiento de la masculinidad, de “lo macho”, de manera exagerada y como algo muy positivo. Eran tiempos en los que tener un hijo homosexual suponía una especie de gran afrenta, algo de lo que avergonzarse (tal vez hoy las cosas no han cambiado tanto más allá de los espacios públicos) y una respuesta contra aquello fue la proclamación del orgullo gay, esto es, una manifestación pública a favor de la libertad de expresión en el terreno sexual. Por fortuna, en la España actual, se reconoce el derecho de celebrar este tipo de manifestaciones libremente, pero mal encaminados vamos si ahora se obligara a todo homosexual a ir a ellas o proclamar abiertamente su condición, o a cualquier ciudadano a hablar en público de su vida sexual (amenazando con colgarle el sambenito de “reprimido”) o a decir a quién vota o de qué equipo de fútbol es (o a serlo si no es de ninguno, que me temo sería el siguiente paso). Igualmente, de acuerdo con el estado de derecho, mañana podrían aparecer días como el del “orgullo macho” (hay quien se ha reído cuando he expuesto la idea de cómo sería un desfile del “día del orgullo macho” y, ante ello, suelo responder que seguro que no se ríen si se trata del “orgullo gay”), “orgullo femenino”, etc.

Atención, porque no quiero encontrar aquí comentarios homófobos ni que se me acuse de tal. Lo que trato de hacer es romper una lanza a favor de la diferencia y el derecho de librepensamiento dentro del respeto a los demás. ¿Acaso todos los homosexuales han de ir al día del orgullo gay? Pregúntese, por poner un ejemplo famoso, a Fernando Grande-Marlaska. Insisto en que, lo mismo que hay que respetar sin altaneras condescendencias los festejos del “orgullo gay”, también hay que aceptar del mismo modo a quienes, aunque los toleren, no les gusten ni estén dispuestos a ir. En la cuestión de la Reina de España, debió haber sido más cauta en sus declaraciones, teniendo en cuenta su posición y el sectarismo nacional. En todo caso, tras la disculpa de la Casa Real y su aceptación por parte de los colectivos homosexuales, no merece la pena seguir dándole vueltas al asunto como ha estado haciendo la autora del libro que, como resultado, ha obtenido una publicidad enorme de forma gratuita pero de manera truculenta, sensacionalista, poco seria y nada limpia. Una buena opción para los disconformes es negarse a comprar el libro o a ver/escuchar las intervenciones de la escritora en los medios de comunicación.

Quisiera, de paso, reflexionar sobre la polémica sobre la insistencia en utilizar la palabra “matrimonio” en la legislación no ha mucho aprobada. Por una parte, al añadir la coletilla “homosexual” a “matrimonio”, podría indicarse ya que no se trata de boda heterosexual, significado usual del concepto. Por otra, tal vez la palabra “enlace” (sin que suponga una merma en sus derechos) hubiera sido mejor elección con el fin de evitar polémicas estériles. Me pregunto por qué se insistió tanto en la palabra “matrimonio homosexual” y pienso que, lo mismo que una parte del movimiento gay europeo de los ’70 la hubiera rechazado como un “concepto burgués y propio de la coercitiva sociedad machista y heterosexual” (no me invento nada, véanse imágenes de la época, disponibles en internet) y enfatizaba en una diferecia rupturista, hoy en día hay muchos que precisamente eligen la palabra “matrimonio” en un anhelo igualitarista parecido al de quienes defienden la idea de “comuniones civiles”. Tales extremos de ruptura e igualdad me hacen pensar en que, a pesar de las tan pandereteadas consignas de multiculturalidad y tolerancia, todavía hay, incluso en los sectores más progresivos, un miedo a la diferencia más allá de antiguos y modernos corporativismos y banderías (colectivos religiosos de ayer y gays de hoy), sin acabar de comprender que, más allá de la necesidad de que todos seamos iguales ante la ley, la realidad es que cada individuo es diferente en fisonomía, carácter, motivaciones, comportamiento, etc.; lo cual no es, en principio, ni bueno ni malo: es lo que hay. A partir de ese reconocimiento de la diferencia, debe darse el de la igualdad ante la ley y el de la libertad, que, habida cuenta de los tiempos en que vivimos, debería tratar especialmente de salvaguardar el derecho individual a la privacidad de tendencias sexuales y de opiniones que no atenten contra las de los demás. Y, además, conviene no confundir gustos y opiniones particulares imponiéndolos como normas generales: derechos para ser, hacer y opinar, no para insultar ni prohibir.

Fuente: http://www.cordobainformacion.com