Homofobia y homofilia

Hace unos años cuando escribí un artículo expresando y defendiendo la posición de la Iglesia sobre este tema sexual recibí mensajes de elogio, pero también cartas de personas airadas –homosexuales o no, no sé- tildándome de retrógrado, obsoleto, homófobo, por no aceptar la posición liberal sobre la homosexualidad.
Hay que distinguir, sin embargo, entre homofilia, homofobia, indiferencia sobre el tema o, finalmente, el rechazo de la conducta homosexual por razones morales, filosóficas o religiosas.

Ni la Iglesia ni yo particularmente somos homófobos, en el sentido verdadero de esta expresión que implica “odio, desprecio, discriminación, maltrato, violencia contra las personas de condición u orientación homosexual”. En este sentido, la homofobia es tan mala como el racismo, y lleva a ignorar fundamentales derechos humanos, derechos que los homosexuales poseen como cualquier otra persona, no por ser homosexuales, ni que deriven de su condición homosexual, sino que derivan de su humanidad. Así es el caso que ellos tienen derecho al trabajo (porque son seres humanos, lo que se le escapa a los homófobos), derecho a ser tratados con respeto, a no ser perseguidos, ni ultrajados de palabra o de obra. Esto lo reconoce la Iglesia, que se opone a la homofobia.

Sin embargo, que no se les deba odiar o maltratar o perseguir no supone, ni debe suponer que uno comparta como positiva, correcta, moralmente sana, viable como una opción moral más (todo ello es homofilia), indiferente o aceptable esta orientación de la conducta sexual que es legítimamente rechazable en el plano de la moral individual o social y en los de la filosofía y la religión. En ese sentido, puedo oponerme y me opongo a la homosexualidad y a su aceptación legal en una sociedad que se pretende cristiana.

La homosexualidad no deriva de una naturaleza humana equilibrada. Es hija, en unos casos, de la depravación social de las costumbres (como en la antigua Sodoma bíblica, que fue destruida por la ira de Dios); y en otros, de un trauma psicológico profundo que puede ser debido a abusos sexuales sufridos en alguna etapa de la vida y especialmente en la niñez, que llevaron a la persona a confundir su identidad sexual o a despreciarla al sentirse de algún modo responsable, aunque no sea así, de los abusos padecidos. Este cambio o renacimiento sexual o un juego ambiguo entre ambos roles (bisexualismo) pueden ser tratados sicológicamente y, por supuesto, también curados por Dios sanador.

Si la moral católica no acepta la homosexualidad y la Biblia la rechaza con energía (ver cartas de S. Pablo y S Judas Tadeo) mucho menos puede promoverse como “derecho humano” el ejercicio de esta forma de vida. Así, el activismo gay halla un escollo en quienes se oponen a la promoción de la homosexualidad, como los cristianos practicantes. Hace poco la Comisión de Derechos Humanos del Canadá resolvió que oponerse al activismo gay no es homofobia.

El autor es filósofo e historiador. jordi1427@yahoo.com.mx
Fuente: http://laestrella.com.pa